Hacía cerca de diez días que habían partido de Desembarco del Rey, y tan sólo dos que habían dejado atrás las tierras pertenecientes a la Corona.
Eddard Stark era el que había encabezado la marcha en todo momento, a lomos de su semental. A su lado, disputándose su derecha y su izquierda, respectivamente, se encontraban su hija pequeña, Arya Stark y el bastardo de su buen amigo Robert, Gendry. Tras ellos, montadas en dos hermosas yeguas, estaban su hija mayor, Sansa Stark, y la septa Mordane. En la retaguardia, marchando al mismo ritmo que ellos, se posicionaban la guardia real que el Rey Stannis Baratheon, primero de su nombre, Rey de los ándalos y los primeros hombres, Rey de los Siete Reinos y protector del mismo, había mandado para que los acompañara en tan largo viaje.
Eddard fue el primer sorprendido cuando un soldado, con la capa hondeando a sus pies al caminar, penetró en la sucia estancia en la que se encontraba encarcelado e incomunicado y le decía que era libre. Lo primero que pensó fue que Cersei Lannister había huido junto a sus hijos, cosa que él mismo le había dicho que hiciera, si no quería que contara su secreto más oculto a su esposo. El guardia sólo se dedicó a decirle que el Rey Stannis lo aguardaba. “¿Rey Stannis? ¿He oído bien?”, es lo que se preguntaba a sí mismo mientras seguía al capa dorada hasta la sala de trono, dónde pudo comprobar por sus propios ojos que sí había escuchado bien.
En el Trono de Hierro, se encontraba el único hermano con vida de Robert, el antiguo Rey de los Siete Reinos, luciendo una corona del color del acero cuando este se encuentra en la forja, haciendo que su tez se viera más pálida aún. Justo cuando Ned divisó a sus dos hijas, sanas y salvas, a uno de los lados del nuevo regente, hincó la rodilla en el suelo, sintiendo un ramalazo de dolor en la herida que no había acabado de sanar, y le juró lealtad.
Ned no hizo preguntas, ninguna, pero en Desembarco del Rey todo se acaba sabiendo. Stannis Baratheon había conseguido el trono después de, según contaba las malas lenguas, matar a su hermano pequeño contando con la ayuda de la que ahora era su Mano, Melissandre de Asshai. Le había quitado el Trono de Hierro a Joffrey como si se tratara de una espada y lo había mandado a servir al Muro como un hermano juramentado de la Guardia de la Noche. Al resto de los Lannister, los había desterrado a Roca Casterly, exceptuando a Myrcella y a Tommen, a quienes acogió como pupilos. Eddard pensaba que más que pupilos, los jóvenes Baratheon-Lannister eran “rehenes” para asegurarse, de esa forma, que Lord Tywin permanecía quieto en su roca.
Al llegar al puente que cruzaba el Forca Azul y partía el sendero en dos: uno que conducía al Norte y otro que seguía hasta Nido de Águilas, Lord Stark detuvo su montura y esperó a estar a la altura de la guardia real para poder decirles que podían volver junto a su Rey, que ellos podían seguir solos. Con amables palabras de despedida, los capas doradas se dieron la vuelta para regresar a Desembarco del Rey, mientras Eddard y sus acompañantes cruzaron el Forca Azul para después tomar el sendero del Norte, pasando así por el Tridente.
El ocaso empezaba ya a desvanecerse de los cielos para dejar paso a una oscura noche. Gendry iba a lomos de su montura alazán, de paso firme y elegante. A pesar de la lujosa silla de montar, ya notaba las horas de marcha en toda su espalda y posaderas. “¿Acaso se puede ir más al Norte?”. Además, tampoco es que la travesía fuese muy entretenida. Canturreos de Arya, riñas por parte de su septa, y conversaciones vacuas y dignas de toda una señorita educada por parte de Sansa.
Para la mayor de las Stark, el viaje se estaba haciendo eterno. No era que le desagradara un paseo a lomos de su hermosa yegua de capa palomina, lo que detestaba más bien era el largo camino que le esperaba. Los caminos olían a estiércol debido fundamentalmente a las pasadas lluvias que habían dejado lleno de barro todo aquel camino.
No podía dejar de resoplar ante las continuas canciones e interrupciones inoportunas y, desde luego, para nada propias de una dama, que salían de la boca de su hermana pequeña, Arya.
- ¿Cuántas horas nos esperan por delante?- Suspiró agotada prácticamente para sí.
La septa Mordane estaba sintiendo el paseo en cada hueso de su cuerpo. Era un camino largo, más para una mujer de su edad, ella sólo quería alcanzar Invernalia y centrarse en sus modestos quehaceres, como educar a la pequeña Stark. Era un hueso duro de roer, que no dejaba de molestar en el viaje. Nada comparado con su hermana Sansa, una muchacha digna de su nombre. Pero el viaje era largo para todos, y se notaba en el rostro compungido de la anciana.
- Mi señor Stark, tal vez podamos hacer una pausa en una posada. Esta anciana pronto no podrá mantenerse sobre el caballo.
Arya, la incontrolable, miraba a su alrededor mientras tarareaba una canción que había oído cantar a un bardo la noche anterior en una posada que había junto al Camino Real. Cuando pasaron por el río, espoleó su caballo para colocarse al lado de Gendry y de su padre.
- Paremos, paremos. Nymeria no puede andar muy lejos, seguro que me está buscando. Seguro que me echa de menos.- Dice mirando al chico y el perfil de su padre, serio como siempre.
A los alrededores, una capucha negra como el cielo de la incipiente noche cubría el rostro de uno de los atacantes, manteniendo su faz cubierta entre tinieblas.
Cuando se escucharon las primeras voces en la lejanía, acompañadas con las pisadas de los caballos y sus relinchos, hizo una señal con su diestra a su compañero, oculto entre unos matorrales al otro lado del Camino Real. “Ya viene”, acarició la cuerda de su arco, como si de un laúd se tratara y se colocó es posición de tiro, apoyado en la roca que le ayuda a ocultarse, preparado para cubrir de sangre sus flechas, y quitar la vida al traidor en cuando estuviera a tiro.
A la señal de su compinche, sólo sigue el sonido del metal que envuelve el puño que abraza la empuñadura de la espada del segundo asaltante, cerrándose. El filo oculto en las sombras que le guardaban no brilla. La compañía que se acercaba no parecía alertada de ningún peligro. Ni los más remotos. Aguarda en silencio, dejando que le envolviera la calma. La calma que precede al ataque.
Eddard desvió la mirada cuando escuchó los comentarios de la septa y sus dos hijas.
- Había considerado oportuno resguardarnos esta noche en la posada de la Encrucijada, la que se encuentra en el Tridente.- Le aclaró a la anciana, mirando el rostro de su hija pequeña.- Ya has oído, Arya, no tenemos tiempo para buscar a tu loba huargo ahora, quizás mañana al alba, si te despiertas con hora.- Añadió, pues sabía que a la pequeña se le pegaban las sábanas.
Con el rabillo del ojo, observó a Sansa, la cual parecía cansada, y a Gendry. ¿Por qué se había llevado a Gendry con su familia? Principalmente, para protegerle, era el hijo de Robert, su primogénito, y debía de saber la verdad, pero no ahora. Todo llegaría a su tiempo.
- ¿Has oído, Lady Arya?- Cuestionó Gendry en un susurro con un tono burlón mirando a la niña.- Pronto estarás rodeada de sábanas de seda y sirvientas.- Una carcajada surgió de entre sus labios. A decir verdad, deseaba llegar cuanto antes a la posada, apenas sabía cabalgar lo suficiente como para dar un paseo, así que jamás había montado durante tanto tiempo. Se colocó correctamente en la silla como ya había hecho media docena de veces en la última media hora, y se obligó a sonreír a Arya.- Si queréis, mañana os acompaño a buscar a esa loba vuestra, milady.
Lady Sansa miró de reojo a su hermana y al joven, demostrando que no tenía interés ni ganas de buscar a la huargo, aunque realmente no deseaba saber nada sobre cualquier lobo, pues aún sentía un terrible dolor en su corazón tras la muerte de Dama. Deseaba tanto como ninguno alcanzar la posada y poder deshacerse de su corsé, cepillarse el cabello y descansar en un cómodo y caliente lecho.
- ¿Acaso somos forajidos? ¿Por qué el Rey no nos ha proporcionado un carruaje propio de una familia destacable como nosotros?- Se quejó la joven a la vez que hacía una mueca en señal de que comenzaba a encontrarse incómoda.
La septa frunció el ceño con desdén. No le gustaba la forma con la que Gendry le hablaba a Arya, como una igual, a pesar de tener supuestamente sangre real, no dejaba de ser un bastardo. Sin embargo, prefirió no montar un escándalo, y más si tenía que sermonear a un joven sin modales. Bastante tenía con Lady Arya. Y esos lobos, criaturas sucias y sin modales como eran. La anciana prefirió no mencionar nada sobre su posición acerca de la bestia, sabiendo que tenía las de perder. Suspiró, sin ver el momento de bajar del caballo.
- Lady Sansa, no es propio de vos hablar con esas formas. El rey Stannis ha sido muy amable al proporcionarnos una escolta, y sus motivos tendrá para no ser más caballeroso con nosotros.- Sentenció.
La pequeña Stark bufó al escuchar a su padre. No podría aguardar al día siguiente. Aún recordaba cómo había echado a Nymeria aquel día, le había tenido que tirar piedras para que huyera y, de esa forma, los Lannister y su Perro no la capturaran. No sabía dónde podría estar y eso la ponía nerviosa y triste. Hizo una mueca cuando Gendry la denominó como “lady Arya”.
- No me llames así, cabeza de toro.- Aunque a sus siguientes palabras, asintió, esbozando una sonrisa. Era la única que se sentía cómoda cabalgando.- De acuerdo, pero te tienes que levantar temprano. La septa Mordane puede despertarte.
Paso tras paso, lo que no eran más que sombras dibujadas en el horizonte, fueron tornándose en figuras con vida propia a la vista de los asaltantes.
El que portaba el arco no tarda en distinguir al esbelto Eddard Stark, que rezumaba a norteño incluso a distancia. Sin embargo, su arco se dirige hacia la mujer ataviada con vestimentas de septa. Su compinche le prometió dos venados de plata si acertaba a la vieja religiosa en pleno corazón, y si conseguía que se orinara en sus prendas interiores antes de yacer muerta. Tensó el arco y colocó en él una de las flechas de ganso del carcaj, mantuvo la respiración unos segundos, y la lanzó soltando la cuerda.
La saeta fue directa a la grupa de su yegua. No tardó siquiera un instante en volver a cargar el arma, y disparar una nueva flecha, esta vez, directa a su órgano vital, esta vez, mortal.
Todo pasa demasiado rápido para que la anciana pueda reaccionar. Al momento una flecha surcó el aire, alcanzado a la montura de la septa, que no pudo controlarla y se alzó sobre sus cuartos traseros. Es en ese instante cuando una segunda saeta surcó el cielo, veloz, y atravesó el pecho de la anciana.
Su compañero oyó el silbar de las flechas prometidas, pero no se detuvo a ver si su certero acompañante ganaba la apuesta o no. Sin hacer más ruido que el de sus botas al pisar la gravilla del camino, les salió al paso. Aunque fueran a caballo, las monturas que pronto se encabritan, no le preocupaba.
Blandiendo su espada, se acercó deprisa, dispuesto a atacar sin piedad a su objetivo. Estratégicamente, salió por el lado en el que la hija pequeña abría la marcha y, justo detrás, la hermana acompañaba a la septa. Pudo ver al hombre del que le habían hablado, mas sus hijas caerán primero. Alzó la espada al acercarse a sus monturas.
La septa intentó inspirar hondo, pero su pecho duele y el aire no llenó sus pulmones. Cayó al suelo, sintiendo el crujir de sus huesos artríticos al romper, y poco a poco los ojos abandonan la poca vida que le quedaba a la mujer, mostrándose opacos, fríos y serios. Una triste imagen reflejo de lo que la mujer había sido en vida.
El sonido que hace la saeta, hizo que Eddard detuviera su montura, dejando de escuchar la charla entre su hija y el joven bastardo. No tardó en localizar al intruso, cerca de Arya, por lo que bajó de su montura mientras desenvainaba a Hielo, que colgaba inerte en su cinto.
- Gendry, sacad a las niñas.- Le pidió al muchacho antes de acercarse a zancadas al ecapuchado para hacerle frente. Ambos aceros se encontraron, mas Eddard no dio un paso en falso en ningún momento, sino que atacó a ese hombre, si podía denominarlo de tal forma.
El muchacho tardó unos instantes en caer en la cuenta de qué estaba sucediendo a su alrededor. Pero cuando lo hizo, Gendry saltó del caballo cayendo de pie en tierra firme. Desenvainó su espada corta de acero y corrió tanto como pudo hacia las niñas con la intención de protegerlas.
En la carrera, sus ojos buscaban el origen de las saetas. El arquero no debía estar lejos y este era más peligroso que el de la espada. Porque él no era más que una sombra, y las sombras son letales, tal y como había demostrado el nuevo Rey en la batalla del Aguasnegras.
Por un momento, Sansa quedó paralizada. No entendió que ocurría a su alrededor hasta que vio como la Septa caía al suelo. Asustada, bajó del caballo inmediatamente, para arrodillarse junto al cuerpo inerte de la anciana. Sus ojos, empañados en lágrimas, reflejaban el miedo que comenzaba a recorrer su cuerpo. ¿De verdad estaba ocurriendo aquello? ¿La septa había muerto?
No podía creer que aquel aburrido camino se hubiera convertido en la locura que acababa de comenzar. Estaban siendo atacados, pero una dama como ella no sabía cómo reaccionar. Así que se quedó paralizada allí, junto al cuerpo frío de la anciana. Inmóvil.
Arya bajó de su caballo cuando vio a Gendry desmontar del suyo. Colgada en su correspondiente vaina, tenía a Aguja, la cual no tardó en sacar. Corrió junto a Gendry, buscando más asaltantes para demostrar sus dotes como bailarina del agua. “Tranquila como las aguas en calma”, se recordó mentalmente.
Justo en ese momento, la pequeña Stark llegó a la altura de su hermana y vio el cadáver de la septa. “El miedo hiere más que las espadas, el miedo hiere más que las espadas”, se repitió mentalmente, pero su pequeño cuerpo estaba dominado por el pánico.
En un movimiento frenético, el dueño del arcó corrió para cubrirse tras otra roca que mejoró su ángulo de tiro. Vio a su compinche luchar a espada contra Eddard Stark, pero de este sólo veía la espalda. Colocó otra flecha de ganso en la cuerda tensa, retuvo una bocanada de aire en sus pulmones y la lanzó. “Que el jabalí se quede con sus colmillos y el oso con sus zarpas, no hay nada tan mortífero como una pluma de ganso gris”, pensó.
El acero de las espadas entrechocaban. El espadón de Eddard pesaba tanto que los brazos del segundo encapuchado debían hacer una fuerza sobrehumana para mantener parado su filo. Consiguió apartarlo con una ráfada de fuerza pasajera y se estiró para volver a atacar.
El sudor perlaba la frente del norteño estocada tras estocada. Un choque de acero más y Eddard desvía la trayectoria de la espada del asaltante, haciendo que el arma del mismo cayera al suelo. No le tembló el pulso a la hora de atravesar el abdomen del hombre con Hielo. Pero justo en ese momento, sintió cómo si se hubiese atravesado a sí mismo. La flecha, lanzada por el otro asaltante, se hundió en su espalda, a la altura de donde se hallaban sus órganos vitales. El espadón resbaló de sus manos mientras él mismo caía de rodillas. Sus ojos, visiblemente cansados, buscaron a sus hijas y al muchacho.
Gendry corrió hasta el cadáver de la septa seguido por Arya. Una vez estuvo de pie frente a él y tras ver que el cuerpo ya estaba inerte y vacío de vida por completo, agarró por el brazo a Sansa con brusquedad, obligándola a levantarse. Gendry tiró de ella y de Arya hasta unos arbustos cercanos al camino que ocultaban su situación al arquero. No podía permitir que nada malo les pasara a las niñas.
La dama se sobresaltó cuando notó que alguien le agarraba por el brazo. Por un momento cerró los ojos, aterrada, pensando que sería uno de aquellos bárbaros. Afortunadamente, no tardó en darse cuenta de que se trataba del joven que les acompañaba en el viaje. Así pues se dejó llevar por aquellos fornidos brazos que tiraban de ella insistentemente, sin dejar de mirar por un momento al cuerpo sin vida de aquella anciana que se había encargado de su educación desde que ella tenía uso de razón.
Arya se movía, intentando escapar del agarre del joven, mas de nada sirve, por lo que optó por quedarse quieta y permitir que la condujera hacia los matorrales.
- ¿Y padre?- Cuestionó, dándose cuenta, de repente, de que faltaba a su lado. Ladeó la cabeza para poder buscarle y un gritó surgió de sus labios al verle hincado de rodillas y con la saeta clavada en la espalda.
De nuevo, intentó zafarse de la mano de Gendry, está vez usando toda la fuerza que poseía.
A Eddard no le dio tiempo a reaccionar, la flecha había alcanzado uno de sus pulmones y apenas lograba respirar con normalidad. Pronto lo sintió, la presencia de alguien más y cuatro pares de ojos puestos en su persona.
El sonido de las pisadas es lo único que acompañaba su apresurada carrera hasta llegar a la espalda del gran Eddard Stark, señor de Invernalia. Aunque, para ser sinceros, visto de cerca no era tan grande ni tan fiero como dicen. Sobre todo si llevaba una flecha atravesándole el cuerpo.
Sacó una daga de acero valyrio de su capa, y rebana su garganta sin perder ni un segundo en el proceso, notando el brotar de su sangre que salpicó sus dedos y sus manos. Una sangre caliente y roja, que impregnó el aire con su característico hedor.
- Un placer, Lord.- Dijo cuando el cuerpo cayó inerte a sus pies.
Con la daga en mano, se afanó en desprender la cabeza del tronco, ya que ese es el requisito principal de la misión que se le había encomendado: La cabeza de Lord Eddard Stark. Una vez la tuvo entre sus manos, miró alrededor en busca del resto de personas que viajaban con el señor, pero no vio a nadie además del cadáver de su compinche y de la estúpida septa. Por lo que decidió huir del lugar a toda prisa, sin poder evitar lucir una sonrisa en su rostro encapuchado.
Gendry mantuvo a las niñas ocultas en los arbustos mientras en apenas un minuto, todo sucede. En un abrir y cerrar de ojos, Eddard yacía decapitado en el suelo, encima de un charco de espesa sangre roja, y su asesino huía del lugar cabeza en mano.
- ¡PADRE!- Grita la joven dama antes de desvanecerse, cayendo al suelo con las manos en sus ojos.
Sansa no tardó en ponerse a sollozar, pero Arya no se conforma con ello, sino que se lanzó fuera de los matorrales blandiendo a Aguja como si verdaderamente fuera una danzarina del agua. Dio un salto y volvió a tomarla del brazo, atrayéndola de nuevo hacia el follaje con todas sus fuerzas.
- No sabes cuántos más puede haber ahí fuera.- Le susurró posando su mirada sobre sus vidriosos ojos, deseosos de verter las lágrimas que contenían, pero demasiado orgullosos para hacerlo.
Arya forcejeó con Gendry, incluso mordió su mano para que la soltara, pero no pudo evitar el desastre. Cuando el asesino abandonó el camino con la cabeza de su padre, la joven Stark se soltó del herrero.
- ¡Déjame! ¡Tú no entiendes qué es esto!- Le gritó, como si él hubiera sido el culpable de todo.
Corrió hacia el cuerpo del señor del Norte y tomó su mano, aun permanecía cálida. Y junto a su cuerpo, juró vengarse de los hombres que le habían hecho eso a él. Se puso en pie y tomó su espadón entre sus manos de niña. Era muy pesado para ella, pero no le dio importancia. Porque ella no era una dama como Sansa, era una loba.
- No tenemos tiempo que perder, debemos irnos de aquí.- Dijo agarrando de nuevo a Arya.
No podían llegar a la posada por el Camino Real, era demasiado peligroso. Lo mejor sería ir en dirección noreste, por los bosques, para llegar así dando un rodeo, a la encrucijada. Donde encontrarán fuego, comida, protección y calma.
Gendry era incapaz de creerse lo que había sucedido, pero aún así, se hizo acopio del valor suficiente como para conducir a las niñas a través del bosque, sin perder de vista nunca su retaguardia por los posibles enemigos, y el cielo para poder orientarse a través de las estrellas, que de pronto parecían brillar como nunca antes lo habían hecho.